La mayoría de
los países desarrollados experimentan un proceso de envejecimiento demográfico progresivo. Esto se debe,
principalmente, a un aumento de la
longevidad, gracias al crecimiento de la expectativa de vida que
ofrecen los adelantos de la ciencia y al desarrollo económico y social. A este
hecho, hay que añadir una disminución de
la natalidad, respecto a situaciones históricas anteriores, lo cual vuelve
"viejas" a esas sociedades.
En las últimas
décadas, las políticas sanitarias tenían
como objetivo primordial disminuir la morbilidad y la mortalidad, y elevar
la expectativa de vida en las poblaciones. Pero, en los últimos años, ha
cobrado un interés especial el concepto de calidad de vida, cómo medirla en
las personas concretas, cómo mejorarla o qué componentes utilizar para incidir
globalmente en su preparación y desarrollo. Hasta el momento actual, esta
concepción de calidad de vida da
lugar a confusiones, tanto profesionales médicos, como de las ciencias
sociales, investigadores, responsables de políticas sanitarias y los propios
mayores no tienen una idea común a cerca de la calidad de vida en estas
personas. Se convierte pues en un concepto subjetivo y relativo a las
circunstancias individuales. Sin embargo, el concepto nivel de vida, aparece
como objetivable y cuantificable en razón de diferentes parámetros e indicares
concretos.
La Organización Mundial de la Salud (OMS)
propuso, en 1994, la siguiente definición sobre la calidad de vida, para lograr
el consenso: "Percepción personal de
un individuo de su situación en la vida, dentro del contexto cultural y de
valores en que vive, y en relación con sus objetivos, expectativas, valores e
intereses".
Es un concepto
extenso y complejo que engloba la salud física, el estado psicológico, el
nivel de independencia, las relaciones sociales, las creencias personales y la
relación con las características sobresalientes del entorno, según el GRUPOWHOQOL (1994).
En el trabajo
con personas mayores, hay que tener en cuenta, la correspondencia existente entre una notable mejora de las
condiciones sanitarias y su propia percepción
de la calidad de vida, relacionada con la salud, las condiciones físicas, la
situación económica, y los componentes afectivos y relacionales.
La
significación de persona mayor puede
entenderse desde dos perspectivas,
una, estática y, otra, dinámica. La primera se relaciona con
un rango determinado de edad de la vida, y la segunda realza el proceso de
envejecimiento más que el estado.
Respecto a la perspectiva
estática, en las sociedades desarrolladas, la vejez coincide con la edad
de jubilación; son, pues, las sociedades las que establecen quién es o no
mayor. Además, la variedad de los términos utilizados para esa categoría de
edad: “mayor”, “viejo”, “anciano”, “tercera edad”, no deja de manifestar cierto
nivel de eufemismo que expresa una visión negativa, a veces vergonzante, de
nuestras sociedades modernas hacia los mayores.
En este
sentido, cada momento histórico, cada
sociedad o cultura, tienen una visión distinta del anciano; en algunos
casos, sobre todo en las sociedades
pequeñas y tradicionales, esa visión puede llegar a ser positiva, de respeto, e
incluso de alta estimación. El anciano, en estas sociedades, es el
consejero y la fuente de sabiduría. En nuestras sociedades modernas,
industriales y anónimas, por la circunstancia de la jubilación, donde el valor
productivo prima sobre todo, la visión tiende a ser negativa, de persona
inservible, infecunda (en todos lo sentidos posibles) y molesta. La anciana
asume otros roles diferenciados que la convierten también en otro referente
improductivo, pero con funciones relativas a aspectos matriarcales. Lo valores
subyacentes, de cada sociedad, parecen determinar la visión y valoración del
papel de las personas mayores en ellas. La perspectiva
dinámica del proceso del envejecimiento, es una perspectiva más natural y operativa, que puede, por tanto,
someterse mejor a la aproximación científica para su comprensión y
modificación. La aproximación científica tradicional al proceso del
envejecimiento ha arrastrado ciertos prejuicios, que se pueden centrar en dos:
el sesgo biológico y el determinismo
genético. De ahí las más de trescientas teorías sobre el envejecimiento.
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